Milagros Isern, milagrosisern@uda.edu.ar

Se marchaba un día más en el espacio.

Las naves comenzaban, de a poco, a apagar sus luces verdes y brillantes para irse a descansar.

Y yo, todavía conmovida por lo vivido, no podía dejar de pensar. Así que me puse a escribir.

Hoy voy a contar qué fue lo que pasó y por qué me dejó tan impactada.

Primero ¿quién soy? Bueno, soy navegante del espacio, tengo algunos años, no tantos, todas las personas con las que he charlado me han dicho que soy jovencita para hacer esto que hago.

Yo tengo un nombre que dice algunas cosas de mí y que, quizás, me invita a hacer en donde antes no había. Eso me gusta. Me llamo Milagros.

Lo que más me gusta de este universo gigante que habito es cuando me despierto y me pongo a ordenar mis trajes. Mientras, puedo respirar tranquila y empezar mi día en armonía, pero también en soledad. Será por eso que dedico un gran rato de mi día a espiar, por mi ventana redonda de vidrio transparente y vacío, qué es lo que está pasando afuera.

¿Por qué dije transparente y vacío? Resulta que las naves en este sector del cosmos están hechas de palabras. Toda la superficie está determinada por algún adjetivo, verbo, sustantivo, que la rodea y la moldea también. Es así que cada nave tiene su forma particular, y así uno vive dentro, accionando y reaccionando de maneras que pueden entenderse desde afuera, si se leen las palabras que las rodean. Con paciencia y asomándose cada vez más al propio borde, uno las va descubriendo, y va entendiendo algunas cosas…

Lamentable e injustamente, las palabras son dadas desde que uno llega al espacio y sostenidas hasta que aterriza en algún planeta. No sé quien inventó esta regla (¡alguien debe haber sido!).

Pero hace un tiempo descubrí algo que cambió mi vida para siempre.

Las ventanas son las únicas partes de la nave que no tienen ninguna palabra inscripta.

¿Qué quiere decir esto? Que felizmente todavía hay buenas noticias, hay ideas innovadoras, hay palabras que desconozco y que pueden cambiar mi nave, que pueden cambiarme a mí… y hay una parte que es mejor: ¡también podemos cambiarnos entre nosotros, entre todas las naves de este universo apagado y predeterminado!

Pero ¿cómo fué que descubrí semejante verdad espacial?

Un día, de esos en que el aislamiento del cosmos te llena de silencio la nave, me puse con mi taza de café a esperar por la ventana. Aún no sé qué esperaba, pero ya estaba cansada de ordenar y reordenar tanta cosa.

Así fue como conocí a Victoria.

Una vez nos vimos. Nada más, ni nada menos tampoco.

No pude evitar, apenas la vi pasando junto a mi nave, golpear insistentemente la ventana para que me vea. Me vió, y le hice un gesto, como invitándola a que se acerque. Tras dar varios golpes, entendí que quizás estaba asustándola, y que si ella tenía ganas de charlar conmigo, podría también acercarse.

En ese momento dudé de mí, me sentí desubicada y un poco mal astronauta ¿les ha pasado esto? ¿sentirse un poco inadecuados, que el miedo al error les traiga los peores escenarios a la mente?

En fin, entre todos esos pensamientos, pasaron unas horas -o no sé cuánto tiempo, acá pasa lento y todo se distorsiona- y vi una nave acercarse.

Me saludó, y me pidió perdón por “la facha con la que se acercaba, y la demora con que llegaba”.

Fueron pocos los minutos que pasaron hasta que empezó a contarme con una gran emoción que hace poco un meteorito grandísimo, de un tamaño y una fuerza que en su vida entera había visto, arrasó con su nave y dejó un gran agujero justo en la parte de una palabra muy importante para ella: la confianza.

Así, en su nave ya no permitía que entre nada malo, y nada bueno tampoco.

Sentía miedo, sentía inseguridad consigo misma, desconfiaba de cada estrella, estaba enojada porque no sabía cómo tener de nuevo esa parte que llenaba a su nave de calidez, de luz, de tranquilidad.

Se tomó su tiempo para venir porque se quedó pensando si realmente iba a poder recorrer esa distancia sin que de nuevo un meteorito le saque algo tan valioso como la confianza.

El tema de la facha, no sé por qué me lo dijo, yo siempre la ví muy especial, con una luz distinta a las naves que pasan en general.

Estaba escuchándola desde lejos, así que la nitidez de sus palabras se esfumaba, pero tenía tanto interés en lo que me decía que logré escucharla. Algo me llevó a romper un poco la distancia, y entonces nos pusimos a la par, a hablar con las ventanas abiertas.

Me contó que su miedo era muy alto, de un color gris extraño, y que se ponía a hablarle a los gritos en la noche, sin dejarla descansar. Era de los pilares más altos dentro de su nave, sostenía con fuerza justo la parte central del techo.

Ella era una astronauta tan amorosa. Luego de que el meteorito impacte en su nave, juntó con mucha paciencia las piezas que volaron y las guardó en una caja, que todavía conserva cerca suyo aunque le genera tristeza verlas y recordar lo sucedido, con tal de que no se esparzan debido a la ingravidez del espacio y les lleguen a otras personas, pudiendo generarles daño.

Venía de un sector del universo en que las naves son muy cercanas entre ellas, no son los típicos astronautas que se aíslan y sobreviven como pueden. Tienen un sentido de la lealtad muy fuerte, que conservan a pesar de todo. No suele verse eso por acá. Esas naves vecinas son como su familia, lo más importante que hay en su día a día cósmico, con quienes comparte presencia aunque no se digan nada, y a quienes protege de los peligros del espacio.

Pero algo estaba sucediendo: ella contaba que, luego de que su confianza fuera arrasada, ni siquiera tenía energía para estar cerca de esas naves que tanto quiere. No sentía que pudiera aportar algo, dudaba de su capacidad para protegerlas. Pero ansiaba mucho reencontrarse y poder sentir calma consigo misma y con su nave.

Así, sentía una motivación muy profunda para arreglar ese rincón que el meteorito había dejado en ruinas.

Pero para poder lograrlo, necesitaba empezar por correr ese miedo gigante del medio.

Empezó por rodearlo sin tocarlo hasta llegar más allá de él. Fue mucho, muchísimo lo que pudo hacer ya estando del otro lado, si bien el miedo seguía ahí, alto, gigante por momentos, pero a veces se ponía los auriculares y escuchaba su música y se olvidaba de que este gran monstruo permanecía a su lado.

Empezó por pintar las paredes de un color verde clarito, puso un espejo, llevó sus trajes espaciales que más le gustaban, cosió unas cortinas y las colgó, miró por la ventana y dibujó las estrellas que más hermosas le parecieron, y en esto, sorprendida aún, me cuenta cómo fue brotando algo nuevo en la parte derecha del techo de su nave.

Sin saber aún de qué palabra se trataba, y por supuesto impactada por la aparición de una nueva inscripción en su nave, tan predeterminada que la creía, decidió emprender una navegación rumbo a aquel sector tan familiar para ella, del que huyó hace un tiempo.

Necesitaba que la vieran y le ayudaran a entender qué es lo que estaba pasando, qué es lo que estaba surgiendo en ella.

La familia de navegantes espaciales, leyéndola entre sonrisas y miradas de admiración, le decía: ¿cómo llegaste a tener esa autonomía?

Al escuchar esta nueva palabra, Victoria sintió algo que rápidamente pudo reconocer: era seguridad, muy parecida a la confianza que ella creía que había perdido.

Felices, las 5 naves que solían habitar ese rincón del cosmos, empezaron a prender y apagar sus luces verdes, y a dar vueltas alrededor de la nave de Victoria, honrando ese momento y celebrando el regreso de su astronauta preferida.

En ese momento, la autonomía, así como la lealtad y la alegría, que estaban escritas en su nave, se fueron haciendo más y más grandes, ocupando el agujero que dejó el asteroide en el lugar de la confianza.

Victoria me contaba emocionada cómo el miedo seguía estando presente pero que, al hacerse mas grandes otros lugares dentro de su nave, ahora se había debilitado un poco, y que a veces cambia de color, porque las paredes que pintó se reflejan en todo su interior, y porque ahora deja que pasen cerca suyo las estrellas, las naves, y todo tipo de cuerpos celestes. Confiaba en que también tenían cosas lindas que mostrarle y que, si algo la pusiera en peligro, podría protegerse sin tener que cerrar para siempre sus ventanas.

Así, también su nave conservaría su ruptura, pero ha aprendido de ella al tiempo que ha trabajado para fortalecerla, así que ahora puede verla sin sentir tanta tristeza. 

Antes de despedirnos, me dejó una palabra hermosa en mi nave, que me trae cada tanto brisas de aire fresco que respiro para tranquilizarme: así, la sensibilidad es lo que me guía cuando me relaciono con los demás, y tengo la valentía de llevarla como norte.

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